La primera ola: foto de un desastre (II-optimismo infundado)

Como todas las epidemias, el contagio de coronavirus crece en progresión geométrica: 1-2-4-8-16-32-64-128-256-512-1024-2048-4096-8192... Esto implica un inicio lento, una aceleración progresiva y un final explosivo e imparable. En la primera fase, es importante detectar a los casos, estudiar a los contactos y aislarlos, retrasando mucho así el desarrollo de la enfermedad, como hizo Alemania; e incluso parándolo casi desde el principio, como hicieron Corea y Japón. Ganar tiempo es fundamental para conseguir suministros y adecuar los servicios sanitarios.

En una segunda fase, solo es posible "aplanar la curva", enlentecer la difusión del virus mediante medidas de confinamiento y aislamiento social, para evitar que los servicios sanitarios colapsen y se produzca un exceso de muertes por incapacidad de proporcionarles los mejores cuidados. Todo esto no solo es necesario en la primera ola, sino también en la segunda, que es muy probable en regiones con una baja afectación inicial y en las que queda un elevado porcentaje de población sin anticuerpos por no haber pasado la enfermedad, como Andalucía, Murcia y otras.

 ¿Se tomaron en España medidas serias para controlar la epidemia desde su inicio? No. Como todos sabemos, cuando en Italia estaban empezando a colapsar los hospitales, en España estábamos animando a la gente a participar en manifestaciones, y durante una semana más, el metro y los autobuses de Madrid fueron repletos de gente acudiendo a trabajar, sin mascarilla, sin ningún cuidado especial. Mientras los profesionales sanitarios cancelábamos todos los congresos y actividades de formación, España vivía en un dontancredismo absoluto.

Todo esto es el lógico resultado de un optimismo infundado promovido desde la administración. A finales de Enero, había casos en La Gomera y Castilla-La Mancha, y Fernando Simón profetizó públicamente que "España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado" y que esperaban que "no haya transmisión local y en ese caso sería muy limitada y muy controlada". Muchos profesionales sanitarios nos preguntábamos: ¿en qué se basa? ¿Sabe algo que nosotros no sabemos, hay algún condicionante para evitar la difusión del virus fuera de China? En su momento, llegamos a pensar que simplemente trataba de tranquilizar a la población. Era posible lo que decía, era un escenario que todos habríamos firmado y queríamos creer. Pero también era posible lo contrario: que el virus se difundiera aquí como en Wuhan, que es lo que ha ocurrido.

Quedaba un mes por delante, febrero, para establecer un centro logístico estatal, conseguir suministros de EPIs, tests, respiradores, y diseñar las estrategias sanitarias necesarias para un posible escenario similar al de Wuhan. ¿Se consiguieron estos suministros? No. No sabemos si es que en febrero ya estaba todo vendido y no pudieron conseguir nada, y si es así por qué no se intentó a tiempo suplir la fabricación con empresas españolas, o si es que simplemente se trabajó con un escenario infundadamente optimista y no se hizo nada. El caso es que en marzo no se disponía de los suministros necesarios. Eso es otro hecho incontestable, a lo que hay que buscar explicaciones.

Fue ya a mediados de marzo, en plena escalada, cuando se desató la búsqueda de suministros a la desesperada. Como cuando, el 16 de marzo, se requisaron 150.000 mascarillas en Jaén cuyo destino era el Servicio Andaluz de Salud. Es lógico que un mando central ubique a discreción los escasos suministros, pero entonces, en plena hecatombe madrileña, nos dimos cuenta de que previamente no se había conseguido prácticamente nada, y que la logística no había sido unificada. Aquella gestión logística a la desesperada continúa hasta hoy, con los episodios que todos conocemos: tests que no detectan, mascarillas que no protegen, etc. Todo eso se comprende en plena emergencia; no es cuestión de rasgarse las vestiduras por ello. Lo que no se ve claro es que en febrero se hicieran las gestiones necesarias para evitar llegar a estos extremos, y sospechamos que fue por trabajar con una visión optimista e infundada que lo condicionó todo, y que fue el pecado capital para una serie de malas decisiones posteriores.

Sorprendente es el supuesto estancamiento de la cuestión logística en el Ministerio en febrero, aunque también llama la atención la tranquilidad de las CCAA en comprobar si el Ministerio estaba contando con los suministros necesarios para hacer frente a una crisis sanitaria potencialmente grave. No obstante, la verdad es que las competencias de la pandemia las tenía el Ministerio, y suponemos que las CCAA no tenían más capacidad ni intención que confiarlo todo a la gestión estatal. Mal hecho: ahí era necesaria una monitorización de la labor que se estaba llevando a cabo a nivel central, conocer qué escenarios epidemiológicos se barajaban, cuntificar qué se podía necesitar y comprobar si se estaba consiguiendo y cómo. Esto pone en evidencia la pésima estructura que supone, a la hora de enfrentar una emergencia nacional, que tenga que asumir el mando un Ministerio medio desmantelado, mientras las competencias sanitarias están transferidas a 17 CCAA, a las cuales les queda muy grande un problema de salud pública como este.

Continúa: III-tarde y mal.


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