Una opinión más sobre el uso de metotrexato en embarazo ectópico

 Se trata de un tema complicado, difícil y penoso para mí, porque a los farmacéuticos de hospital nos corresponde a veces preparar el metotrexato que acaba con el embarazo ectópico, y así, con la vida del ser humano en fase embrionaria. Es un tema que me ha dado algunos problemas de conciencia. Lo he consultado con varias personas con formación moral católica y me han dado la respuesta de que no hay objeción ética. Más adelante explicaré algo más. Por otra parte, aunque la Iglesia ha dado criterio sobre otras situaciones, no se ha pronunciado sobre este caso.

 Varios autores, sin embargo, llegan a la conclusión de que la salpinguectomía -cirugía que consiste en extirpar la trompa de Falopio ya dañada, y con ella el embrión implantado-, es aceptable por aplicarse el principio de doble efecto: se extirpa la trompa afectada y como efecto no querido pero inevitable, el embrión que hay en ella muere. En cambio, el uso de metotrexato que acaba -parece que directamente- con la vida del embrión, no sería aceptable. Entre varias opciones disponibles con el mismo resultado para el embrión, eligen aquella en que se puede aplicar claramente el principio de doble efecto, aunque sea lesiva para la fertilidad posterior y no exenta de riesgos adicionales.  

 Mi opinión es que el uso de metotrexato que provoca la muerte del embrión en el embarazo ectópico no es un aborto en el sentido moral del término. El aborto es la eliminación intencionada de un ser humano en fase prenatal, ya sea como fin o como medio. El embarazo ectópico es una implantación del embrión fuera del útero que resulta totalmente incompatible con su desarrollo y su vida, y que genera complicaciones y riesgos para la salud de la madre, desde disminución de la fertilidad por el daño a una de las trompas, hasta riesgos cardiovasculares que pueden llegar a ser graves e incluso mortales en casos muy raros si no se actúa. El embrión va a morir (incluso está muerto ya en muchos casos); la conducta expectante no le va a salvar la vida y va poner en riesgo la salud de la madre. Lo que se hace con el metotrexato no tiene como fin ni como medio matar al embrión. Es muy claro que como fin no lo tiene, porque su único fin es proteger la salud de la madre. Pero que matar al embrión no sea el medio es menos claro. Sin embargo, hay que caer en la cuenta que lo que se hace no es directamente matar al embrión, sino impedir que siga produciendo una pseudoimplantación en un lugar que no le está aportando el sustento necesario para su vida y que además va a comprometer la salud de su madre.

Un detalle farmacológico facilita entender esto último: el metotrexato actúa fundamentalmente sobre el trofoblasto -cuyas células se multiplican mucho más activamente-, impidiendo la proliferación de sus células e inhibiendo esa pseudoimplantación o implantación defectuosa; su acción sobre el propio embrión en desarrollo es menor. No parece que impedir una implantación defectuosa con el fin de salvaguardar la salud de la madre sea éticamente inadminisble, aunque ello acelere como mucho en varios día una muerte del embrión que es ya inminente (si es que no se ha producido ya, cosa que no sabemos, porque el metotrexato se usa cuando no hay latido).

La vida del embrión en ese momento, como hemos dicho, o ya no existe -lo que parece muy difícil de saber-, o se encuentra en un estado que se puede calificar como agónico, ya que no está recibiendo los nutrientes necesarios para desarrollarse y está en un proceso de muerte inminente. Sostener la obligación de no actuar para no amenazar la vida de un embrión en estado agónico y respetar que viva como mucho unos días más, creo que es un requisito ético que puede estar cayendo en el escrúpulo, aunque hay que reconocer la gran dificultad del caso. 

Creo que no es del todo ajustado considerar al trofoblasto como parte esencialmente indistinguible del embrión, no tener en cuenta además que se trata de un trofoblasto absolutamente disfuncional, y así asumir que actuar contra el trofoblasto equivale a actuar directamente contra el embrión.

El caso sería más difícil si el metotrexato lo que hiciera fuese matar directamente al embrión y como consecuencia se separase de la trompa. Sin embargo, la situación real que tenemos es la otra que hemos comentado, en que el metotrexato no actúa directamente matando las células del embrión, y la buena ética se hace sobre las realidades concretas, que son las que permite la Providencia.

Asumo que puedo estar equivocado, y que otras personas como Agustín Losada o Julio Tudela, con una preparación muy superior a la mía, piensan otra cosa. Tienen la ventaja de que juzgan el caso tomando mayor distancia, y no están condicionados como yo por las consecuencias que me supondría negarme al uso de metotrexato, lo que les hace más ecuánimes. En mi defensa puedo decir que otras situaciones en las que sí veo claro el problema ético me han levado a negarme a actuar, como es el uso de la píldora del día siguiente, así como la evaluación del DIU de levonorgestrel o de los medicamentos para estimulación ovárica con objeto de la fecundación in vitro.

Otras personas, sin embargo, como las que cita Julio Tudela en un interesante artículo, opinan como yo, aunque no exactamente con los mismos argumentos. En fin, esta es una opinión más con toda la prudencia de que puedo estar equivocado. Hay que reconocer que la opción de realizar una espera vigilante y la salpinguectomía puede defenderse con más seguridad ética, pero suponen mayores riesgos y posibles daños para la madre y no es sencillo argumentar sólidamente su necesidad ética.

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