Ética de la anticoncepción en relaciones sexuales ocasionales


 La enseñanza moral cristiana afirma que la anticoncepción desnaturaliza el acto sexual, cuyo significado manifiesta el amor esponsal del hombre y la mujer, una entrega mutua en cuerpo y alma abierta a la procreación y la formación de la familia. La encíclica de Pablo VI Humanae Vitae (1968) es clara al respecto. Se explica la esencia procreativa y unitiva del acto sexual; la anticoncepción elimina parte sustancial de dicha esencia y su uso debe ser reprobado moralmente.

 En el acto sexual, el hombre y la mujer se entregan íntegra y mutuamente en cuerpo y alma, y parte esencial de ello es la entrega mutua de la fecundidad, la cual se abre, además, a la acción del Creador. La anticoncepción introduce una discordancia en el acto sexual, al reservarse la entrega de la fecundidad. El acto sexual, como signo, deviene en falsedad: significa una entrega total, pero en realidad no se da, debido a la anticoncepción. Esta rompe la integridad de dicha entrega personal mutua del hombre y la mujer.

 Finalmente, en el acto sexual, hombre y mujer abren su disponibilidad procreativa a Dios, que es el que tiene, por su providencia y amor, la iniciativa de cada vida humana, y crea de la nada el alma, unida al cuerpo de cada ser humano. La anticoncepción supone entonces, además de una falsedad en la relación entre hombre y mujer, una cerrazón injusta a la acción de Dios, que ha dispuesto esta relación entre el amor esponsal y el inicio de la vida.

  La esencia de lo que es objetivamente el acto sexual, como signo y realización del amor en "una sola carne" (citando el Génesis), está presente en su realidad natural, y parte indisoluble de ella es su manifestación corporal, la unión de los cuerpos del hombre y la mujer, con su capacidad biológica procreativa. La introducción de elementos extraños -"artificiales"- en esta unión corporal supone dañar dicha esencia. No son malos por ser artificiales, sino porque pervierten la verdadera naturaleza del acto.

  En los actos sexuales fuera fuera del matrimonio, bien sea en relaciones más o menos estables o bien en relaciones ocasionales, la plena entrega mutua no existe. La fornicación -con esta dura palabra olvidada se designa este acto- implica, por tanto, mentir con el cuerpo. Es contraria a la naturaleza de la sexualidad entre el hombre y la mujer y a la acción de Dios. Por eso, invariablemente la enseñanza cristiana, desde las palabras del propio Jesús de Nazaret, la ha considerado pecado, y en materia grave.
"Porque del corazón salen los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones..."
Mateo 15,19
 Pues bien: algunos, aceptando plenamente la enseñanza moral anterior, interpretan -equivocadamente- que la anticoncepción no es un mal moral cuando se emplea en relaciones sexuales ocasionales. El argumento puede ser el siguiente: La relación sexual ocasional supone en sí misma una perversión de todo el acto sexual, y según dicen, constituiría una realidad completamente distinta, ya que en ella ni hay entrega personal -solo del cuerpo, y por un rato-, ni nadie pretende que la haya. Más que un acto sexual, se le podría llamar simplemente "coito". No tendría sentido realizar ese "coito" y no usar anticonceptivos por una razón moral, ya que todo el acto en sí es una negación del significado unitivo y procreativo del acto sexual, con anticoncepción o sin ella. Incluso se podría pensar que, en tal situación, mantener una apertura descuidada -que no realmente voluntaria- a la vida, es una irresponsabilidad más, que a menudo conducirá a situaciones no queridas y hasta a dar ocasión al aborto, con todo el perjuicio que eso supone para el no nacido y para sus padres, por el daño a su conciencia.

 Pero, al decir eso, olvidan la relevancia de que en ese acto sexual ocasional exista una realidad que se mantiene: el propio acto de unión corporal, no completamente desligable de una unión personal no buscada. Despojado de toda realidad unitiva y procreativa, pero manteniendo su corporalidad, y con ella su significado objetivo, este acto sexual ocasional no es algo completamente distinto, sino un signo falso. El "coito", como acto desprovisto de significado, no existe, es una pretensión equívoca. El acto sigue expresando amor esponsal, entrega íntegra entre el hombre y la mujer, pues ese significado es objetivo, y está ligado a la propia corporalidad del mismo. Lo que ocurre es que ese significado que sí se expresa, no coincide con la realidad: es, por tanto, una expresión falsa, una mentira.

 ¿Es la anticoncepción algo externo a este acto? No, forma parte de esa carencia de entrega mutua que lo hace inmoral. La anticoncepción no es una decisión aislada de la propia decisión de realizar el acto, como la entrega de la fecundidad al otro y a Dios no es una decisión aislada y posterior al verdadero acto sexual esponsal. Es una decisión que forma parte del propio acto humano, de esa decisión personal. Hablamos, por supuesto, de relaciones mutuamente consentidas, pues en la violación no existe esa decisión de ambos y habría que tratarla de forma diferente.

 Podría alegarse: pero es que en esas circunstancias, no es la falta de entrega mutua lo que hace inmoral el acto, sino el hecho de no estar casados. Sin estar casados, el acto no se volvería bueno aunque hubiera una entrega mutua íntegra. Pero sería un error alegar eso, pues esa entrega mutua íntegra y el propio matrimonio son la misma cosa. Podríamos afirmar, con otras palabras, que el acto sexual expresa y forma parte de la constitución de una unión esponsal, matrimonial.

 Por otra parte, la anticoncepción es condición facilitadora e incluso imprescindible para el propio acto sexual ocasional: las relaciones son posibles porque somos capaces de evitar la apertura a la fecundidad. Y con una mirada más amplia, vemos que eso no sólo ocurre en cada relación ocasional, sino que ha sido precisamente una condición imprescindible para la revolución sexual, que sobre la base de la anticoncepción llega a su expresión más disruptiva alrededor del Mayo del 68 y se prolonga hasta nuestros días. La esencia de dicha revolución sexual, provocadora de un gran cambio social, modificando el sentido de las relaciones humanas y hasta el sentido del propio ser humano, es la desviación del significado y realidad objetivos del acto sexual. Pues bien, todo esto ha sido facilitado -e incluso diríamos que permitido- por una condición previa: la eficacia de los métodos anticonceptivos modernos, con la píldora y el preservativo. Esto fue lo que profetizó Pablo VI en la encíclica.

 A pesar de que en las relaciones sexuales ocasionales no se pretende en absoluto la realidad unitiva y procreativa del acto sexual, el hecho de que se mantenga esa realidad de entrega mutua corporal, cuyo significado es objetivo, hace que no se trate de otro acto completamente distinto, sino del mismo acto, pero pervertido en su esencia. El error de considerar que ahí la anticoncepción es una decisión aparte y que lo que está mal es exclusivamente el propio acto, en el fondo cae en la misma y frecuente equivocación de nuestros días, que es separar el alma del cuerpo. La anticoncepción es un aporte más a la desnaturalización del acto sexual en una relación ocasional, por lo que su calificación moral no se puede separar de la que hacemos del propio acto: sigue siendo negativa. Es más, como hemos dicho, en el desarrollo temporal de las decisiones, tanto a nivel individual como social, la posibilidad de la anticoncepción es una condición facilitadora previa. Eso, sin entrar en el efecto parcial de muchos anticonceptivos hormonales y del DIU como abortivos muy precoces, a la par que anticonceptivos no totalmente efectivos, del que ya se ha hablado en otra entrada.

 Frente a la idea de que el acto sexual ocasional es lo que está mal, y la anticoncepción ahí es moralmente indiferente, podemos afirmar que, efectivamente, el acto sexual ocasional está mal, y la anticoncepción que se une al propio acto comparte su calificación moral.

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