Un feto es un tumor maligno


 Si es deseado, le llamamos bebé y decimos: “el niño me ha dado una patadita”. Si no es deseado, lo llamamos feto y nos dicen: “es un embarazo de 8 semanas”. Si es deseado, le damos besitos a la barriguita y le ponemos a Mozart. Si no es deseado, tratamos de ignorarlo, decimos que es mi cuerpo y hacemos las gestiones necesarias para interrumpir el embarazo. Si es deseado, ponemos su ecografía como fondo de pantalla del móvil, o en el frigorífico… Si no es deseado, no hace falta verlo porque es un amasijo de células, todavía no es humano. Si es deseado, nos dan la enhorabuena con gran alegría. Si no es deseado, nos animan... a hacer lo que tengamos que hacer. Si es deseado, calculamos la fecha de parto, buscamos un nombre y hasta quizá vamos pensando en el bautizo. Si no es deseado, no pensamos en el futuro y tratamos de olvidar esa fecha que hemos intentado no calcular, y que nos alcanzará en unos meses.

Un feto no deseado es un tumor maligno y hay que extirparlo rápido, sin pensarlo, antes de que haga metástasis en el corazón o en el cerebro. Luego, ya... no tiene remedio. Las metástasis se producen cuando empezamos a amarle, o a las 14 semanas, cuando ya no podemos ocultarnos formalmente como sociedad que es humano, que es uno de nosotros. Aunque, si es “síndrome de Down”, tiene espina bífida o viene con algún otro defecto, podemos ocultarlo más tiempo. Veintidós semanas es el límite... el mismo número de un salmo que dice:

 Soy gusano, no hombre, oprobio de la gente y desprecio del pueblo.

Un hijo en principio no deseado puede ser un hijo aceptado, acogido y muy amado. Esto se ha producido muchísimas veces. Puede ser, incluso, mejor amado, porque lo que amamos en él o ella, desde el instante en que le aceptamos tal como es, como viene y el momento que viene, no es nuestro propio deseo.

Comentarios